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Un lugar sagrado en Schaffhausen

IWC Schaffhausen
Jun 19 2017 - 13:14

La sede de la International Watch Company (IWC) en Schaffausen sigue a orillas del Rin. Sus aguas dotan de energía a una de las manufacturas históricas en Suiza. Es el mismo edificio original construido en 1874/75 según los planos del arquitecto G. Meyer en el antiguo huerto del Monasterio de Todos los Santos. Meyer fue el encargado de hacer realidad el viejo sueño del joven visionario estadounidense Florentine Ariosto Jones. Por entonces, una fábrica de relojes moderna con producción centralizada. IWC ya anuncia una nueva manufactura, nosotros rendimos el merecido homenaje a uno de los centros sagrados del sector relojero. Un viaje en el tiempo por las líneas no escritas en sus muros legendarios.

En 1873, la revista estadounidense Watchmaker & Jeweller anunciaba el exitoso lanzamiento de una empresa relojera excepcional. “Combinar la excelencia del sistema estadounidense con la superior habilidad de la mano de obra suiza”, señalaba el texto. IWC había sido fundada por Florentine Ariosto Jones cinco años antes (1868) en Schaffhausen. El anuncio de la revista mostraba una fábrica con cierto aire monumental, palaciego. En realidad, aún no estaba construida, pero el sueño ya estaba en marcha. “Los menos propensos a estropearse”, aseguraba la publicidad como verdadera garantía. Se mostraban 17 piezas de bolsillo distintas y no necesitaban llave para darles cuerda. “Precios sin competencia”.

“Time is money”, la célebre sentencia de Benjamin Franklin —padre fundador de Estados Unidos— está presente en el histórico pocket “Pallweber” de IWC, la primera pieza de relojería con un display digital. Se encuentra en el museo que la firma abriría en 1993, ubicado en la primera planta del edificio.

F. A. Jones se había formado como relojero en Boston antes de la Guerra de Secesión y se marchó a Europa poco después del final de la misma. Algunos historiadores comentan que no se encuentran fotos suyas porque fue un verdadero combatiente, herido en primera línea de fuego. Con apenas 27 años, había sido director adjunto y gerente en Boston de E. Howard Watch and Clock Co., la firma relojera líder en Estados Unidos. Cuando muchos de sus coetáneos buscaban la aventura en el lejano Oeste, Jones probó suerte en una dirección completamente opuesta: cruzar el Atlántico hasta Suiza, donde la mano de obra era más barata. Al llegar a Suiza, vio la oportunidad de fabricar relojes en serie, es decir, aplicar las técnicas industriales de su país a la artesanía relojera tradicional de ciudades como Ginebra o Lausana. No fabricar un reloj desde cero, sino crear un modelo básico con piezas remplazables, usando producción en bancos de trabajo. La iniciativa empresarial se traducía en capital americano aportado por Jones y su socio Charles Kidder y línea de montaje en manos expertas suizas.

No tardarían en aflorar los prejuicios de la época. Toda una injerencia en la práctica profesional con siglos de tradición que a los francófonos no parecía entusiasmar. Fue en Schaffhausen donde la población germanófila acogió con buenos ojos una fábrica con 100 puestos de empleo. Con unas expectativas de producción de 10,000 piezas anuales, Jones apenas alcanzó unas 6,000. Ante las pocas garantías que ofrecía a sus financiadores, tuvo que regresar a Boston. Hasta 1874, la marca había fabricado aproximadamente 18,700 relojes. El gran soldado murió en 1916 a la edad de 75 años, sumido en una situación precaria. Un grupo de inversores suizos adquirió la compañía y Frederick Seeland se convertía en director general. Como legado de incalculable valor, 3,336 prototipos (ébauches), el desarrollo de 4,980 componentes y un total de 745 movimientos completamente acabados. F. A. Jones había sembrado la poderosa semilla de IWC.

Los primeros calibres fueron ideados por el propio relojero norteamericano, pensando en el mercado de su país natal. Piezas con soluciones técnicas innovadoras: espiral Breguet terminada a mano, volante de compensación, ajuste de precisión con índices en raqueta. Una aportación destacada fue el puente de tres cuartos —tres cuartos de la platina—. Guardatiempos con rica decoración acabada a mano, según la costumbre de los relojes de Estados Unidos, que hacían los movimientos para exhibirlos en el escaparate de sus tiendas sin la caja. En 1890, IWC ya estaba ganando terreno al magnetismo. Más allá de las limitaciones naturales del hierro, comienza a experimentar con las primeras aleaciones en las espirales y la rueda de escape. Para evitar las malas reacciones provocadas por el tren eléctrico de Berlín, la firma crea en 1896 el primer pocket antimagnético —el Ingenieur llegaría en 1954 como el primer reloj “civil” con esta propieda—.

Desde el año 2,000, la maison pertenece al grupo Richemont. Francófonos que sucumbieron al encanto del lenguaje inglés traducido al alemán del este de Suiza. La visión cosmopolita del idioma universal de una marca de éxito. Más de 800 empleados en esta manufactura con dos edificios. Se impulsa el entrenamiento con 40 plazas internas para diseñadores, ingenieros, etc. Cada temporada suelen abrirse 70 puestos para la savia nueva. Hay 98 relojeros especializados, 45 atienden el servicio al cliente. Además de la producción base, la manufactura sólo produce en torno a 50 grandes complicaciones cada año. No todas llegan a los más de 1,000 puntos de venta en el mundo —65 boutiques monomarca—. Todos los componentes son 90% suizos. El 10% restante se cubre con suministros de Meyrin, donde Richemont instaló el Campus Genevois de Haute Horlogerie. Si resucitara, Jones no saldría de su asombro.

Leslie López

Leslie López

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